Es incuestionable que Disney forma parte de nuestra cultura, como también lo es, que la televisión nos ha sumergido en un viaje lleno de aventuras mágicas, que duraría mucho tiempo. A través de estas historias y personajes se nos ha mostrado una doble cara, por un lado, la de la inocencia, que construimos desde niños; y por otro lado, la frívola realidad, a medida que maduramos.
Para los más pequeños, Disney tiene un significado de magia, fantasía, ilusión…un mundo en el que cualquier niño se querría ver inmerso, debido a la felicidad que hadas, duendes, princesas…trasmiten en cada momento. Porque cada vez que uno, grande o chico, sale de una sala de cine o pone stop en su reproductor y termina de ver una película de Disney, una sonrisa invade su cara por tiempo indefinido sin buscar ningún motivo para irse de allí. Esta sonrisa implica el creer, sin llegar a credulidad, una felicidad, sin llegar a alegría. Es simplemente el pensar, que el “felices por siempre” y “el príncipe azul nos espera a la vuelta, en el recodo del camino”.
Con el paso del tiempo, nos hemos dado cuenta y es evidente, que detrás de esos maravillosos sueños, se esconde la vida real que nos llena de consciencia.
La factoría Disney, ha manifestado hasta la saciedad que su pretensión máxima es fabricar sueños, promocionar el juego, la diversión, trasmitir los más eminentes valores: como son la solidaridad, la amistad, el amor por la naturaleza inserta en el ciclo de la vida, la pócima del amor verdadero, o que la auténtica belleza está en el interior... Pretensiones que le hace facturar más de 30.000 millones de dólares y obtener más de 3.000 millones de beneficios gracias a inmensas masas de consumidores.
A todos nos ha gustado ver como la Bella Durmiente despertaba con un beso, Cenicienta encontraba su zapato o aparecía el Genio de Aladdín con sólo frotar una lámpara, pero...
¿Te quedas sólo con eso?
A todos nos ha gustado ver como la Bella Durmiente despertaba con un beso, Cenicienta encontraba su zapato o aparecía el Genio de Aladdín con sólo frotar una lámpara, pero...
¿Te quedas sólo con eso?
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